Laurentio Espinar y su futura esposa, Darisa
Maregrande (por aquel entonces aún estudiantes de Cartografía en la Escuela de Artes Mayores) se lo encontraron
en muy malas condiciones, varado en una playa, en las costas cercanas a la
Ciudad Libre de Vliegord donde ambos vivían. Seguramente había sido arrojado
allí por alguna de las violentas tempestades que con frecuencia azotan la zona;
aunque por los daños que mostraba el casco, bien podría haberse tratado de un
naufragio producido por el ataque de algún monstruo marino de los muchos que pueblan
los Mares Turbulentos.
A pesar de los destrozos ocasionados por las mareas
y la inclemencia de los elementos, su oscura madera continuaba siendo hermosa,
decorada con extrañas e intrincadas inscripciones y símbolos de difícil interpretación,
que milagrosamente aún conservaban su color y perfecta definición. Ambos se
enamoraron inmediatamente de tan exótica nave y decidieron convertirla en el
símbolo de su futura unión matrimonial. Con ella, la pareja pretendía ejercer
su profesión con absoluta libertad de movimientos, sin depender de ningún otro
patrón.
Preguntaron entre los lugareños. El siniestro había tenido lugar hacía más de dos años. No había habido supervivientes y nunca nadie se
había acercado por allí a reclamar la carga o el navío. Según las leyes del
puerto de Vliegord, si algo así sucedía, el primero en encontrar los restos podía
quedarse con ellos. Los habitantes de un asentamiento pesquero cercano se
habían encargado hacía tiempo de saquear todo lo que habían podio encontrar de
utilidad. Pero curiosamente, la estructura seguía intacta. Los supersticiosos
pescadores consideraban que aquellos restos se encontraban malditos: una
extraña luminiscencia envolvía el navío al caer la noche; verdosos destellos
que asemejaban fuegos fatuos se aferraban a su oscuro esqueleto. Según ellos,
se trataba de las almas de los desgraciados marinos fallecidos de forma tan
trágica.
Picados por la curiosidad y espoleados por el ansia
de aventuras propias de la juventud, la pareja acudió a la orilla una noche de
Luna Negra. Desde la distancia, sobre una alta duna de arena fina, en medio de
la más completa oscuridad, escucharon como la marea baja mecía con suavidad los
restos del naufragio. Y cuando el siniestro reflejo del astro que dominaría el
cielo esa noche incidió sobre la madera, surgieron fluctuantes focos de luz
distribuidos por el casco y los mástiles, dándole al conjunto un aspecto monstruoso
y sobrenatural. Lejos de sentirse asustados como los pescadores, se
entusiasmaron por tan sorprendente descubrimiento. Años después, Laurentio
Espinar descubriría el origen y significado de la pintura de spilka. Una mezcla de pigmentos minerales
procedente de las tierras de Yraquia, que los constructores del Pribylon
utilizaron para dotar a su nave del camuflaje perfecto para ahuyentar a las peligrosas
serpientes marinas… y a los curiosos indeseados.
Laurentio y Darisa se acercaron hasta el Archivo
Marítimo de su ciudad con intención de averiguar el origen del misterioso
navío. El Pribylon no aparecía en los
registros, ni en los de la Cofradía de Puertos ni en los de las Ciudades
Libres. Eso les llevó a sospechar que se trataba de una nave pirata o tal vez un
barco perteneciente a algún agente libre de los muchos que comerciaban con la
Confederación. Conservaron el nombre y lo registraron como suyo. Lo
reconstruyeron en el astillero de la familia de Darisa y navegaron por los
mares de Aurrimar hasta que la desgracia se cernió sobre ellos.
La trágica muerte de su esposa y su pequeño hijo,
Belio, mantuvo a un destrozado Laurentio Espinar recluido durante años en las
Montañas de la Luz (donde llegó a convertirse en Maestro de los Elementos), mientras
el Pribylon languidecía en Vliegord.
El infortunio no tardó mucho en volver a golpear al valiente y perseverante Laurentio. El Templo de la Luna en el que había llegado a alcanzar la paz de espíritu que tanto ansiaba, fue arrasado por la Guardia Roja de la Orden de la Verdad. Solo él y un grupo de sus alumnos más jóvenes lograron huir de la masacre. Exiliados, perseguidos, viviendo en la clandestinidad… el viejo Maestro se convirtió en un auténtico padre para los pequeños. Recuperó el Pribylon y lo transformó en su hogar, en su medio de vida; en el instrumento perfecto para continuar la búsqueda de respuestas al misterio que encierran los símbolos ardientes que le arrebataron la vida a su familia… y aún mortifican a muchos de sus pupilos y amigos.
La tripulación del Pribylon (cuyo número puede
variar según el tipo de campaña que emprendan), está compuesta por hombres y
mujeres (contra la tendencia general en el Continente que solo admite
tripulantes masculinos en sus naves) de muy diversa procedencia, que por un
motivo u otro, han terminado asentándose en la pequeña aldea denominada El
Tomillar. Gentes de Smaldia, del Continente, de la lejana Aquetia, de las
montañas, incluso de las Islas Olvidadas, como su capitán, Nemaio Mogar,
gracias al cual se incorporó una gran cometa en la proa con la que el Pribylon
captura las altas corrientes de aire para incrementar así su velocidad de forma
portentosa. Hombres y mujeres inteligentes y trabajadoras que conforman una
gran familia en la que cada uno de ellos aporta sus particulares habilidades y
conocimientos para la consecución de un bienestar común.