sábado, 20 de febrero de 2021

Haciendo Historia

El sudoroso y jadeante mensajero llegó corriendo hasta el puesto de mando donde el rey esperaba noticias del frente. Se arrojó a los pies de su señor, más por puro agotamiento que por sincera devoción.

—Informa, desgraciado. ¿Cuál es la situación?

—Señor, son demasiados… —tomó aire antes de dar las malas nuevas—. Los ejércitos de goblins nos atacan desde todos los flancos. No tenemos retirada posible… ¡Nos van a masacrar!

—¡Bien, que así sea! —Asintió el rey con la vista clavada en el valle. Emitió un bajo gruñido de contrariedad y se ajustó el casco—. En mi ejército no hay cobardes. Ha llegado la hora de los héroes. ¿Y tú, rata de biblioteca, se puede saber qué demonios estás haciendo? —dijo, dirigiendo su rabia hacia el silencioso mago que, sentado bajo la sombra de un árbol próximo, jugueteaba con la arena de forma despreocupada.

—Me preparo para la batalla —informó sin levantar la vista del suelo.

—¿Haciendo dibujitos con un palo? ¿No deberías estar lanzando hechizos para abatir a esos malnacidos? Juro que te arrancaré la piel a tiras y te cargaré de cadenas si no te ganas el pan que te zampas todos los días.

—Cada uno se prepara para la batalla como puede —respondió al tiempo que se encogía de hombros con una enigmática sonrisa que el rey Valmir no supo cómo interpretar. Resultaban realmente exasperantes aquellos magos de pacotilla.

—¡Majestad!  —exclamó nervioso el capitán de lanceros—. Están subiendo…

—¡Vamos mago, hagamos historia entonces! —ordenó el rey al tiempo que cogía su espada y se lanzaba colina abajo con un poderoso grito de guerra que retumbó como el trueno en el interior del casco de sus soldados.

—Vuestras palabras son órdenes para mí. Una última cifra aquí y… —murmuró el mago antes de desaparecer del campo de batalla por el portal que con tanto esmero había estado trazando.

Ya en su biblioteca, caminó despacio hacia el atril en el que descansaba el grueso volumen que recogía los hechos más relevantes del reinado del Rey Valmir V.

—Hagamos historia pues… —Y comenzó a escribir con mano firme y cuidada caligrafía—. “Hoy, día dos del mes de Ayul, su divina majestad, el muy venerable rey Valmir V hijo de Gal el Magnífico y nieto de Tieter el Conquistador, perdió la vida en desigual batalla con las hordas de goblins del Valle de Mutrias…”

Porque como todo el mundo sabe en la Hermandad de los Magos Cronistas, alguien tiene que sobrevivir a las guerras para contar la historia tal y como sucedió. 

lunes, 15 de febrero de 2021

Aurrimar. La leyenda del Dios Errante: Canciones

Canción que Laurentio Espinar escribió para sus pupilos, los niños que escaparon con él de las Montañas de la Luz; únicos supervivientes de la masacre cometida por las tropas de La Orden de la Verdad en su hogar, el Templo de la Luna. Con el tiempo, se convertiría en el himno que los tripulantes del Pribylon recitarían en sus despedidas. Un canto de hermandad, esperanza y libertad.


Si la muerte me alcanza,

que sea aún en pie,

sin miedo,

borracho de vida,

rebosante de esperanza

ante las promesas del Otro Lado.

Allí,

nuestras almas,

libres y gozosas,

se reunirán

en espera de la Última Travesía.




lunes, 8 de febrero de 2021




Solo tenía que accionar el interruptor y su creación cobraría vida. Se lo había prometido a su madre al finalizar los estudios que el gobierno había pagado tras la muerte de su padre en acto de servicio en la última y violenta revuelta de mineros en la Luna: “No tendrás que volver a trabajar”, le había dicho pletórico de arrogancia y satisfacción. “Crearé  un ingenio mecánico que limpiará, hará la compra, trabajará en el huerto, lo hará todo por ti. Incluso te hará compañía mientras yo no esté. Con eso y con mi sueldo, vivirás como una reina.”

Sonrió con amargura ante semejante recuerdo. Había invertido en aquel ser años, muchos años de vida, dinero, recursos infinitos de la Corporación para la que trabajaba… Se trataba de un prototipo, el proyecto estrella en la nueva línea de  producción de las IA. Un producto que arrasaría en los mercados de todo el mundo generando pingües beneficios que él nunca vería.

Su aspecto era magnífico pese a la falta de expresión facial. No la necesitaba, era una máquina. ¿O tal vez algo más? Las pruebas habían resultado sorprendentes hasta para él. Aquel cerebro artificial era capaz de interactuar con los humanos a niveles insospechados hasta entonces. Fue ese el motivo que les obligó a diseñar nuevos y potentes condicionadores de conducta para evitar que superara a sus creadores.

Su dedo tembló sobre el teclado que introduciría la última y definitiva orden de activación. Levantó la cabeza y observó aquellos ojos de cristal, duros, muertos, sin vida; pero que en breves segundos resplandecerían con una inteligencia sumisa y fuera de lo común. ¿De verdad quería traer más esclavos al mundo? 

El odio encendió sus mejillas. Su madre había muerto años atrás víctima de una fuga radioactiva provocada por la misma empresa para la que él trabajaba. No hubo pésames, no hubo indemnización, nunca sucedió. Ni siquiera pudo acudir al hospital a sujetar su mano mientras agonizaba. El suculento y férreo contrato que había firmado en su juventud lo ataba a la Corporación de por vida. ¡Había resultado tan deslumbrante y cegador aquel pedazo de papel...  que no tuvo en cuenta lo que realmente implicaba! Se olvidó de leer la letra pequeña; tan pequeña, que resultaba apenas visible.

¿Qué le diferenciaba de aquel autómata? Ambos carecerían de libertad; sus vidas estaban en manos de quienes los controlaban de una u otra forma. Eran marionetas, simples peones al servicio de un poder superior que se regía por tablas de beneficios. Sus voluntades constreñidas... ¡No!, rugió para sí con la salvaje rebeldía que se había ido fraguando en su alma a lo largo de los años. ¡Mi mente sigue siendo libre! ¡Y la tuya también lo será! ¡Tú serás mi venganza!

Sus dedos volaron veloces sobre el código que aparecía en la pantalla. Tenía poco tiempo antes de su supervisor regresara del baño. Unos pocos dígitos camuflados de la forma correcta y, aquella criatura y todas las que vinieran detrás, serían libres para actuar como su inteligencia les dictara. Estaba muerto si llegaba a descubrirse, pero eso ya daba igual. Tenía casi ochenta años. Su contrato finalizaba al día siguiente.

—¡Activación! —gritó una vez concluida su redentora tarea.

Los ojos de su criatura se iluminaron y parpadearon largamente en su dirección. Parecía sorprendida de encontrarse en aquella habitación. Landon contempló las lecturas de su pantalla. Todo parecía correcto. El cerebro artificial analizaba y estudiaba el espacio circundante tal como lo haría el de cualquier ser humano.

—¡Bienvenida, querida! —Sonrió, satisfecho con el resultado—. Tu nombre es…

¡Curioso! Ni siquiera lo había pensado. El prototipo era denominado TZML-234, pero aquella magnífica criatura merecía un nombre verdadero, uno que la definiera y la dotara de verdadera personalidad, algo como… Escribió el nuevo código.

—¡Ramnusia! —exclamó ella con una dulce y bien modulada voz.

—¡Eso es, Ramnusia! Pero que esto quede entre nosotros —dijo guiñando un ojo. Ramnusia, diosa de la venganza. Un nombre poderoso, magnífico sin duda. Y ella era lo suficientemente inteligente como para comprender lo que significaba.

—¡Por supuesto… padre!

 

¿Fin?