El Estrella Roja es un viejo carguero salido de algún
olvidado astillero de Guerhotia, que doscientos años atrás, durante su época de
máxima prosperidad, había sido el asentamiento más dinámico y populoso de la
Laguna Escondida. Un pequeño puerto situado en la desembocadura del Belonte, al
que mercaderes
de todo el Continente y de los Pueblos Libres acudían para aprovisionarse de las
raras hierbas que crecían en las orillas del lúgubre río, así como de drogas y
psicotrópicos que se producían en abundancia en los laboratorios de las
poderosas familias que dominaban tan lucrativo mercado. Sustancias todas ellas
muy apreciadas por los más afamados galenos de
Sus
habitantes prosperaron y se volvieron cada vez más osados. Haciendo caso omiso de
las siniestras historias que circulaban sobre el interminable bosque que crecía
a sus espaldas, en las orillas del Belonte, se internaron cada vez más en las entrañas
del mismo, río arriba, en busca de nuevos y exóticos productos que ofrecer a
sus insaciables clientes. Fue entonces cuando las leyendas les alcanzaron y
comenzó su lenta decadencia. Las expediciones se perdían en las profundidades
de la floresta sin dejar rastro; las patrullas enviadas en su busca regresaban
mermadas y muchos de sus miembros, enloquecidos por el terror, ofrecían
espeluznantes testimonios sobre seres monstruosos devoradores de hombres, criaturas
pensantes que se ocultaban en los pantanos... Otros muchos, simplemente no
regresaban jamás.
Poco
a poco, los miembros más influyentes y adinerados de aquella decadente comunidad la fueron abandonando. Los estremecedores hechos relatados por los
supervivientes cada vez se producían más cerca de sus residencias y temían por
su seguridad. La mayoría emigraron a Satria, que situada más al sur, en
territorio samio, vio incrementada de esta manera su población y su actividad
comercial, robándole el protagonismo en el tráfico marítimo en la Laguna
Escondida.
Las
ruinas de las antiguas mansiones pueblan ahora los canales de Guerhotia. Apenas
diez familias sobreviven allí gracias al tráfico de drogas ilegales, la caza y
la pesca. Las fabulosas y reputadas sustancias que antiguamente inundaban los
mercados de los Puertos, fueron prohibidas por
Hasta
allí llegó Ferdiag Ysenti por primera vez siendo un joven furioso y resentido con
la vida. Formaba parte en aquel entonces de la tripulación de “La Testa”, un
robusto navío dedicado al comercio de maderas exóticas que recalaba con
frecuencia en las proximidades de Guerhotia. Seducido por las drogas
alucinógenas que allí descubrió, se dejó arrastrar por ellas hasta caer en un
profundo coma que duró varios días. Inexperto como era en semejantes sustancias,
y acuciado por un irrefrenable deseo de olvidar y evadirse de los recuerdos que
le atormentaban, cometió el error de mezclar en su pipa de marfil todo aquello
que se le ofrecía sin pararse a medir las consecuencias
Su
capitán le abandonó al no presentarse el día en el que zarpaban y al despertar,
se encontró solo, apenas sin dinero y sin barco con el que escapar de la malsana
ciudad de los pantanos.
Pasaron
muchas semanas antes de que la diosa Fortuna acudiera en su ayuda. Durante el
invierno eran pocos los barcos que hasta allí se acercaban, y los que lo hacían,
se limitaban a una navegación de cabotaje dentro de la Laguna Escondida que poco
le interesaba.
Fue
una noche de tormenta y fuerte oleaje cuando, refugiado en el único establecimiento
de Guerhotia que podía ostentar el título de taberna, su suerte cambió. Una magnífica
mano de cartas le otorgó un selecto cofre de hierbas para fumar y la
titularidad de un viejo cascarón medio hundido junto a uno de los antiguos
almacenes de la ciudad.
Herrumbroso,
con la madera medio podrida y sus mástiles fracturados y engalanados por una
espesa vegetación que albergaba todo tipo de pequeña fauna autóctona, el barco no
presentaba el mejor de los aspectos. Lejos de desanimarse, su alma soñadora comenzó a volar lejos. Tenía todo el invierno por delante para hacer que
aquella nave flotara nuevamente. En primavera el paso de El Nido sería
franqueable y podría salir de aquella ratonera.
No
le fue difícil conseguir la tripulación que necesitaba. Hasta Guerhotia llegaban
todo tipo de rufianes, maleantes, desahuciados, gentes de mal vivir, con pasado
pero sin futuro, y que al igual que él, buscaban fuera de la ley lo que la vida
les había negado.
La estrella roja de siete puntas fue la carta que le otorgó la libertad. Un buen nombre para su barco, una reconocible insignia para su bandera.
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