Descripción: cuadrúpedos de un metro de alzada
dotados de un espeso y largo pelaje de color verde hierba que los protege tanto
del frío como del calor extremo del desierto. Una tonalidad más oscura y un par
de cuernos enroscados sobre sí mismos y situados tras las orejas, ayudan a
diferenciar a simple vista a los machos de las hembras. Estas últimas, algo más
pequeñas también, suelen tener dos crías al año. Los pequeños plamants
nacen prácticamente sin pelo y sus primeros meses de vida transcurren a la
sombra de las tupidas pelambreras de sus madres, que de esta manera los mantienen
a salvo de los peligrosos rayos solares del desierto que podrían quemar sus
finas pieles.
Dado su llamativo
color, los plamants son conocidos popularmente como la hierba del
desierto. Un gran rebaño visto desde las alturas podría confundirse fácilmente con
un ondulante pastizal mecido por el viento.
Son animales fundamentalmente herbívoros, pero
también practican la geofagia, ya que sus estómagos necesitan grandes aportes
de sales y minerales para procesar los alimentos y eliminar la toxicidad presente
en muchas de las plantas que les sirven de sustento (y que los humanos utilizan
en sus remedios medicinales).
Un rebaño saludable es
lo más valioso que un tulo puede poseer. En ellos se basa su
subsistencia. De los plamants se aprovecha todo: la piel, los tendones,
la carne, la leche, la lana, los cuernos… Los productos derivados de su lana
(hilos, cuerdas, calzado, telas, prendas de vestir…) son valiosas mercancías
con las que los pueblos del desierto comercian con sus vecinos.
Hábitat: Los plamantshalis pastorean sus rebaños
cerca de los arroyos y pozos que riegan los oasis. Es principalmente allí donde
los animales pastan la hierba fresca y jugosa que los hace engordar. Sin
embargo, deben ir al menos dos veces al día hacia las dunas cercanas para obtener
en la arena ese aporte de sustancias minerales que tanto necesitan para hacer
la digestión y mantenerse sanos.
Son los asentamientos
cercanos a los afloramientos rocosos que salpican de tarde en tarde el desierto
de Zahrs los que poseen los plamants de mejor calidad (como el oasis de
Shifray donde viven nuestros protagonistas). Las rocas vírgenes aún sin
descomponer son una auténtica golosina para estos animales. Algunas tradiciones
aseguran que son los plamants los creadores del desierto (son
reverenciados por ello como criaturas del dios de la Tormenta y el Cambio, Nhamet),
ya que son ellos los que, con su saliva y sus poderosos molares, trituran y
desmenuzan las rocas hasta convertirlas en fina arena que pueden digerir. Pero
alimentarse en tan agrestes territorios conlleva no pocos peligros. Allí
acechan numerosos depredadores (tarkios, atrapadores…) que ven en estas
gregarias, asustadizas e indefensas piezas un auténtico manjar.
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