Capítulo 1:: El despertar
Karimo se despertó sobresaltado al sentir que algo suave y húmedo acariciaba su mejilla. Casi sin abrir los ojos, se incorporó con un brusco impulso y arrastró en su camino a Ramita, su pequeña piwili, que preocupada, llevaba horas intentando reanimarle a lametazos.
—¡Pero si nos habíamos perdido! —Alzó la voz al recordar de pronto, dirigiéndose a Ramita—. ¿Lo he soñado?
El rollizo
animalito, de suave pelaje amarillo y no mucho más grande que una sandía, meneó
la cabeza con un gesto que parecía una negación.
Afuera
era noche cerrada y las estrellas titilaban claras y brillantes en el frío
cielo nocturno. Aguzó el oído para escuchar más allá del viento. Hasta él
llegaban los reconocibles gruñidos del rebaño que apaciblemente debía dormitar
en las proximidades. Todo parecía tranquilo, y sin embargo… tan endiabladamente
extraño…
Un incómodo
cosquilleo sobre su hombro derecho hizo que alzara la mano para rascarse. Las
yemas de sus dedos repararon en algo ligeramente abultado, algo que nunca antes
había estado sobre su piel. Sorprendido, volvió a acercarse a la tenue luz de
la lámpara y echó un vistazo bajo la camisa mientras acariciaba con mucho
cuidado una pequeña y reciente cicatriz en forma de estrella. ¿Qué era aquello?
Sintió
auténtico pánico. Su joven alma le pedía gritar, salir corriendo hacia la aldea
en busca de ayuda, de una explicación; pero un repentino descubrimiento le
paralizó a la entrada de su refugio. Una visión inesperada… y aún más
aterradora que la desconcertante y desconocida realidad a la que había
despertado. La Luna Negra
comenzaba a despuntar tras un cercano farallón de roca. Su silueta apenas era visible,
sin embargo, la densa masa de estrellas que pendía como una gigantesca banda
plateada sobre la soledad del desierto, le proporcionaba la suficiente luz como
para apreciar la totalidad de su circunferencia. Su desasosiego crecía a la misma velocidad con la que ascendía el oscuro astro desde las profundidades del mundo. La
última luna que recordaba haber contemplado no estaba completa ni mucho menos. ¡Le faltaban dos días para alcanzar el
plenilunio!, murmuró en voz baja, para sí mismo, con voz ronca y seca.
Se
frotó las sienes para aplacar el incipiente dolor de cabeza que le obligaba a
entrecerrar los ojos y arrugar la frente. Sus ojos se cerraron. Poco a poco su cerebro
parecía ir despertando. En los límites de su consciencia se fue formando de
manera cada vez más clara la imagen de unos enormes ojos negros sobre un rostro
inhumano y pálido como la muerte. ¡Sí, ahora
lo recuerdo perfectamente! Un frío escalofrío de terror recorrió toda su
espina dorsal. Había sufrido un desafortunado encuentro con un demonio del Inframundo,
con una de aquellas infernales criaturas contra las que les prevenía
constantemente Muhab, el chamán de la aldea: Leblishes, seres infrahumanos que esclavizaban a los armadillos dorados
y custodiaban las almas de los muertos.
Pero
si sus recuerdos no le engañaban… ¿Cómo había sobrevivido? ¿Quién le había
puesto a salvo a él y a su rebaño? Sacudió su aturdida cabeza a uno y otro
lado. Sin duda debía de tratarse de un sueño; un breve retazo de alguna absurda
pesadilla. Sin embargo... la imagen era tan vívida en su mente, tan real…
Un pesado
y áspero sonido rompió el silencio de la noche y le sacó de sus cavilaciones.
Ruido de garras sobre las rocas. Alguna desconocida bestia se estaba
arrastrando en el exterior. Todo su cuerpo se tensó e instintivamente dirigió
su mano hacia el tobillo derecho, hacia el puñal oculto en su bota. Se
sorprendió al sentir su frío tacto. Realmente no esperaba encontrarlo allí…
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