sábado, 28 de noviembre de 2020

"Evanishe" - Video-narración

El mes pasado escribí unos versos para celebrar el mes del terror previo a Halloween 2020. Su título es “Evanishe”, inspirado en una ilustración de Melanie Delon y que podéis leer en:

https://laposadadelosmilrelatos.blogspot.com/search/label/Evanishe

Ahora, es Hidalga Erenas, de https://attannur.com/ quien pone voz a estos versos perversos.




miércoles, 18 de noviembre de 2020

Buscando Inspiración 3. Estrella Roja


El Estrella Roja es el último de los barcos de “
Aurrimar. La leyenda del Dios Errante” del que voy a hablaros, ya que al igual que el Pribylon y el Rumor Clandestino, su bautismo tiene una historia detrás.

Tengo que reconocer que, para bien o para mal (seguramente esto último), no soy de las que pierdo demasiado tiempo buscando nombres con los que denominar personajes, historias, objetos o animales. Generalmente surgen espontáneamente en mi cabeza por una simple asociación de ideas, o como en este caso, son el producto de nostálgicos y entrañables recuerdos de infancia o juventud.

Me gusta ver deporte en la televisión, cualquier tipo de deporte. Uno de mis mejores recuerdos es estar sentada en el sofá con mi padre disfrutando de un buen espectáculo de fútbol, pelota, rugby, patinaje, ciclismo, balonmano, lo que fuera. Pero el baloncesto se llevaba la palma. Nos hacía gritar, saltar de emoción cuando apenas quedaban unos segundos para terminar el partido y el marcador se encontraba tan igualado que cualquiera de los dos equipos podía ganar en una última y afortunada canasta. Las ligas europeas eran las competiciones que más nos gustaban; siempre repletas de equipos con nombres impronunciables muchos de ellos (y no digamos sus jugadores), que nos hacían viajar a países que seguramente nunca visitaríamos. Uno de esos nombres que se quedó grabado en mi mente fue el Estrella Roja de Belgrado. No me digáis por qué. Porque era fácil de pronunciar, por su simbolismo… ¡Quién sabe! 

El caso es que a la hora de bautizar el barco capitaneado por Ferdiag Ysenti, ese nombre surgió como una posibilidad más que aceptable. Podía imaginarme perfectamente a esa destartalada nave surcando los mares de Aurrimar luciendo una bandera con una enorme estrella roja de siete puntas en su centro. ¿Y vosotros? ¿Podéis verlo también?



Ferdiag, capitán del Estrella Roja, fumaba en su pequeña pipa de amarillento marfil al tiempo que dejaba que su mente se adormeciera muy lentamente. El aromático humo que desprendía el tabaco procedente del delta del Belonte, le relajaba y le hacía soñar con alegres y lujuriosas mujeres de tez morena y formas redondeadas. Hacía unas horas que lo había comprado en el Mercado Libre, y sin lugar a dudas, era de lo mejor que había probado en mucho tiempo. Su efecto alucinógeno era poderoso y se dejaba sentir desde la primera calada. Sonrió satisfecho y con aire ensimismado. "¡Desde luego esto vale el oro que he pagado por él!", se dijo palpando el saquete de hierba que colgaba de su cintura, al tiempo que dejaba escapar espesas volutas de humo que ascendían perezosamente, hasta chocar con la lona del improvisado refugio que se había preparado en la cubierta para protegerse de la lluvia.

 

Yolanda Martín López, “Aurrimar. La leyenda del Dios Errante. vol1” 

lunes, 9 de noviembre de 2020

El gorrión gorrón


Era un día soleado, muy agradable. Me encontraba en una terraza con dos amigas tomando un café antes de ir a trabajar. Estábamos solas, salvo por un nutrido grupo de gorriones que no paraban de revolotear a nuestro alrededor en busca de algo que llevarse al pico. Nos hizo gracia lo descarados que se han vuelto en el centro comercial y les sacamos unas fotos. Al llegar a casa me dio por pensar en que los pobres
pajarillos también notarían nuestra ausencia si nos volvían a confinar. Al fin y al cabo, para bien o para mal, todos vivimos en un círculo de dependencia mutua. Este fin de semana ya nos han cerrado bares y restaurantes por una larga temporada. Tiempos de pandemia. Malos tiempos para todos.



lunes, 2 de noviembre de 2020

Memoria celular

 


    El lacerante dolor consumía su mente, pero no podía dejar de reír. Una risa histérica, nerviosa, de puro terror. La imagen que le devolvía el espejo resultaba demasiado esperpéntica como para no hacerlo. Una imagen escalofriante, pero fascinante en su propia monstruosidad.

    No podía negarlo: habían sido divertidos aquellos viajes con sus amigos. Pequeñas escapadas en el tiempo, hacia adelante y hacia atrás de sus años compartidos. Ese era el límite: tu propia existencia.

    Era lo más cool entre las clases acomodadas. El gran entretenimiento del momento. Pero nadie se había molestado en avisarle de la letra pequeña que se escondía en el archivo adjunto del contrato. Bueno, en realidad, la agencia sí que lo había hecho. Le había proporcionado la clave para abrirlo, pero él no creyó necesario leerlo. Ninguno de sus amigos lo había hecho; ni nadie que él conociera. ¿Para qué si todo el mundo viajaba sin contratiempos?

    ¡También es mala suerte!, se carcajeaba al ver cómo la piel de su rostro recuperaba la tersura de la niñez en un abrir y cerrar de ojos.

    Un caso entre diez millones, decía el maldito informe médico que brillaba en la pantalla de su ordenador. Se desconocía la causa que desencadenaba semejante fenómeno. Por lo que parecía, en algunos individuos (demasiado pocos como para tenerlos en cuenta y arruinar así el negocio), las células, al regresar del salto, no se sincronizaban correctamente con el tiempo del que habían partido. Recordaban dónde habían estado, el viaje que habían realizado.

    Su brazo izquierdo era ya un muñón, y su mano derecha comenzaba a convertirse en polvo, que caía en silencio, como la arena de un reloj, formando un montoncito picudo a sus pies. Notaba su pecho arder. El esternón se contraía a demasiada velocidad. En pocos segundos ya no podría albergar los órganos de un hombre adulto. Le quedaba poco tiempo.

    Entre lágrimas, trató de sonreír al bebé desdentado que le miraba con ojos viejos y sabios desde el otro lado del espejo. Sus rodillas cedieron con un cruel chasquido, convertidas en un amasijo de huesos desunidos. Le faltaba el aire. El dolor fue agudo pero breve. Su corazón por fin había estallado, comprimido por sus infantiles costillas.

    En el suelo, un amasijo de incongruentes restos humanos que el ADN demostraría que pertenecían a un mismo individuo. Una vida desmembrada; una vida que no había llegado a ser vivida realmente. Una vida convertida en juego, en broma pesada, en… memoria celular.