Los Zurianos forman parte de las
denominadas Razas Ocultas; una serie de pueblos muy diferentes entre sí (tanto
en su cultura como en su aspecto físico) y cuya existencia transcurre al margen
de la sociedad humana de Aurrimar. Sometidos y arrinconados por la pujanza y
belicosidad de los seres humanos, fueron obligados poco a poco a replegarse
hacia lugares remotos y de difícil accesibilidad para evitar la guerra, la
extinción o la esclavitud. Fue así como muchos de ellos desaparecieron de la
memoria de los habitantes del Continente para convertirse en mitos y leyendas que
sobreviven únicamente en algún olvidado volumen de alguna polvorienta
biblioteca.
Algunas de estas razas mantuvieron
en el pasado estrechas relaciones económicas y culturales entre sí. Fruto de
estos intercambios surgieron tradiciones y creencias comunes que aún perduran
pese al distanciamiento geográfico que limita o impide los contactos entre
ellas.
Organización:
Los zurianos no son un pueblo demasiado
numeroso. Apenas unos miles de individuos pueblan sus cuatro principales ciudades,
situadas en las gigantescas cavernas que horadan el subsuelo del desierto de Zahrs.
Pacíficos y poco dados al expansionismo, pronto abandonaron las luchas con los
habitantes del desierto, los tulos, con los que competían por los codiciados
recursos de una tierra tan árida como inhóspita.
Leblishes, demonios, esbirros de
Yazbel, dios de los infiernos. Así es como los denominan sus vecinos humanos,
los Tulos del oasis de Shifray. Para este Clan del desierto, los zurianos
son meras bestias a las que hay que abatir antes de que atrapen sus almas y las
condenen al Submundo, evitando así su deseada unión con los dioses del Otro
Lado. Las desavenencias e incomprensiones entre ambas razas han degenerado a lo
largo de la historia en sangrientos enfrentamientos que los zurianos
tratan por todos los medios de evitar, para no ver mermada inútilmente su ya de
por sí escasa población.
La Ciudad de Cristal es
la capital de los zurianos. Una urbe tallada en cristal de roca de resplandeciente
belleza. Es allí desde donde su anciano Patriarca (o Matriarca) los gobierna. Elegido
por votación popular una vez superados los cien años, y en función a la
sabiduría y prudencia demostrada a lo largo de su vida, permanecerá en su cargo
hasta el fin de sus días; dejando por escrito antes de que ese triste momento
llegue, el nombre de su sucesor, que deberá ser refrendado en su puesto por la Asamblea
de Familias.
Dicha Asamblea está
compuesta por dos representantes de cada uno de los extensos grupos familiares que
componen la sociedad zuriana. Siete familias, catorce miembros en total.
Cada uno de estos linajes se representa y define por un animal totémico y sus
correspondientes colores. Las representaciones de estos símbolos suelen formar
parte de la decoración de estandartes, armas, joyas o aparecer tallado en los
dinteles de las casas. Una forma sencilla y muy visual de identificar la
procedencia de cada individuo.
Creencias:
Son una cultura de carácter fundamentalmente
animista. Para ellos, todo lo que les rodea (ya sea animado o inanimado) poseen
un alma propia que forma parte de la Gran Madre Naturaleza. Esta gran diosa, sabia
y omnipresente, ocupa una posición privilegiada en su reducido panteón.
Sin embargo, fueron los
Dioses Creadores los que dieron forma al mundo tal como ellos lo perciben; los
que los instalaron bajo las arenas del desierto, en el denominado Primer Lugar,
uno de los rincones más sagrados para los zurianos. Son a estos dioses
sin nombre y sin forma definida a los que les deben obediencia, ya que fueron
ellos los que además de concederles la vida, los eligieron como custodios del
Sello que Todo lo Abre; un objeto (un ópalo de bellos brillos irisados) con una
extraña inscripción en su interior que proporciona el acceso al mundo
subterráneo del que son amos y señores.
Dicha inscripción,
representa una sola palabra. Una palabra poderosa perteneciente al lenguaje del
oculto Pueblo Escrito. Un antiguo mito zuriano cuenta que es ese enigmático pueblo
el que escribe la Gran Historia de Todas las Cosas. Pero sus palabras, se
encuentran dispersas y muchas de ellas desaparecidas. Solo cuando todas ellas
sean reunidas nuevamente y vertidas en el gran Lago de las Palabras, se podrá
escuchar por fin la verdadera voz de los Dioses Creadores.
Aspecto físico:
Los zurianos son un pueblo longevo, pudiendo
llegar los individuos más saludables a superar los doscientos años de edad.
Su constitución durante
la madurez muestra generalmente una imagen delgada, estilizada y fibrosa. Su
estatura es menor que la de los humanos del desierto, pero no le van a la zaga
ni en fuerza ni en resistencia. Brazos y piernas, musculosos y bien
proporcionados, poseen cinco dedos largos y huesudos, rematados con uñas duras
y afiladas capaces de producir serias heridas sobre pieles blandas como las de
los humanos.
Carecen de pelo, tanto
en la cabeza como en el resto de su cuerpo. En su aplanado rostro destacan un
par de ojos redondos, grandes y negros, perfectamente adaptados a la oscuridad
de su mundo. Su nariz es diminuta, casi inexistente. Tras sus finísimos labios
de color violeta se vislumbran unos dientes finos y puntiagudos que les dan ese
fiero y diabólico aspecto que tanto asusta a los habitantes del desierto. Sus
orejas pequeñas y redondeadas, son capaces de capturar en la limpia atmósfera
subterránea los sonidos procedentes de cientos de metros de distancia. No son
tan perceptivos en el cálido y pesado aire del exterior de sus cavernas.
Los machos poseen en la
cabeza una cresta carnosa que se va desarrollando con la edad, llegando a medir
hasta treinta centímetros de alto al alcanzar la madurez. Habitualmente cuelga
flácida hacia uno de los lados de la cabeza dando la sensación de que tuvieran
flequillo. Se trata de un apéndice que muestra el estado de agresividad en el
que se encuentra un individuo en un momento determinado. Se eriza, se endurece
y adquiere un tono colorado que contrasta fuertemente con la palidez general de
su piel. Funciona como una especie de señal de advertencia: si no quieres
problemas, mantente alejado.
Su epidermis carece de
pigmentación al vivir bajo tierra y no ver jamás la luz del día. Si se
expusieran sin protección a los rayos solares del mediodía morirían en pocos
minutos, pues las quemaduras que les ocasionarían serían tan graves, que
producirían un colapso generalizado en todo su organismo.
Su piel es por tanto de
un blanco lechoso (un poco más oscura en los machos), que se va tornando grisácea
con los años.
Las hembras zurianas
desarrollan sus pechos plenamente al dar a luz a su primer hijo. El periodo de
gestación es más largo que en los humanos, unos catorce meses. Su desarrollo es
también más lento y un bebé zuriano tardará unos dos años en ser
medianamente independiente en sus desplazamientos.
Cultura:
A diferencia de sus
vecinos humanos, los zurianos poseen un sistema de escritura propio. Son
un pueblo ilustrado que conserva un registro exhaustivo de su historia, su
genealogía, su ciencia y sus tradiciones. No utilizan papel para ello. Sus
bibliotecas y archivos se encuentran en los muros de las cavernas elegidas para
tal fin: sin actividad geológica o biológica que pueda dañar o desfigurar las
precisas incisiones de sus buriles de diamante.
Su medicina es más
avanzada que la de los humanos en muchos aspectos. Sus remedios, obtenidos a
partir de plantas, animales y minerales de muy diversa procedencia, no tienen
parangón a la hora de tratar y cicatrizar heridas de cualquier tipo. También
sus drogas paralizantes son poderosas y las utilizan para muy diversos fines.
La caza y la guerra suelen ser sus destinos principales. Sus largas y flexibles
lanzas, cuyas puntas pueden cambiar de remate con un simple giro de muñeca,
suelen estar impregnadas de una sustancia llamada dolteria, con la que inmovilizan
o matan dependiendo de la presión que ejerzan sobre la piel de sus víctimas.
Adaptados a la
oscuridad de sus cavernas no poseen sin embargo una visión nocturna completa
que les permita desenvolverse sin la presencia de algo de luz. Las zulitas,
plantas de color azulado muy habituales en los corredores que conducen a sus
ciudades, vierten una llamativa luminosidad azulada en el ambiente, suficiente
para desplazarse por su mundo sin necesidad de portar antorchas o faroles.
Los dominios
subterráneos de los zurianos son sumamente extensos, pudiendo llegar sus
fronteras muy al norte, hasta más allá del gigantesco Mar de Dunas que aísla el
Desierto de Zahrs del resto de tierras del Continente. Para tan largos
desplazamientos utilizan armadillos dorados como monturas y como
animales de carga para trasportar pesadas mercancías con las que comerciar
entre sus ciudades o con sus vecinos del norte, los scrapios (otra de
las razas ocultas de Aurrimar). Estos animales, dóciles si se los sabe llevar y
poseedores de una gran envergadura para los estándares zurianos, son
cuidados con especial respeto y esmero para agradecerles así los muchos
servicios que les prestan. Se consideran además sus protectores. Siempre que
pueden, intentan mantenerlos lo más alejados posible de las lanzas de los
humanos. Los tulos los cazan con asiduidad; no para alimentarse de
ellos, ni por considerarlos peligrosos o alimañas que puedan perjudicarlos; los
acosan simplemente por el placer de matar, para obtener un buen trofeo con el
que confeccionar las codiciadas armaduras doradas que lucen los guerreros del
Clan, los mashalis.
Los zurianos son
seres nocturnos, amantes de las estrellas y las lunas que brillan en las noches
de Aurrimar. Al caer el sol, suelen salir en pequeños grupos a la superficie a
merodear entre las arenas del desierto o por los acantilados rocosos, en busca
de plantas que recolectar y animales que cazar. Son expediciones no exentas de
peligro, ya que podrían cruzarse en el camino de algún pelotón de guerreros mashali
que quisiera masacrarlos. Es por este motivo por el que prefieren elegir para
sus salidas lo que los tulos denominan Territorio Ancestral, un lugar
tabú para los tulos y al que solo sus hombres sagrados, sus chamanes, pueden
acudir para realizar sus secretos rituales.
—Mi nombre es
Quinamilot, Patriarca de los Zurianos hasta que la Gran Madre me reclame.
Aunque creo haber oído que vosotros nos llamáis… leblishes, diablos. Seres
monstruosos y viles a los que hay que evitar y matar si es necesario… ¿No es
así? —dijo
la anciana criatura escrutándoles con sus pequeños y sagaces ojos.
Tanto Karimo como Meda
agacharon la cabeza completamente azorados, sin saber qué responder. Todo lo
que decía el Patriarca era cierto. Aquellas legendarias criaturas que ahora
tenían ante ellos formaban parte de su historia, de su tradición, de su
religión. A todos los pequeños tulos se les enseñaba desde muy pequeños a huir
de dichos seres si alguna vez tenían la desgracia de toparse con ellos. Eran
muchas las historias que se contaban al calor de las hogueras referentes a
dichos encuentros. Siempre terminaban de la misma forma… los leblishes eran
vencidos y masacrados.
El viejo Quinamilot
soltó una jovial y cascada carcajada al ver el rubor en sus rostros. Todo su
cuerpo se estremeció.
—¡No os avergoncéis por
ello! Vosotros no tenéis la culpa de las diferencias que existen entre nuestros
pueblos. Desde tiempo inmemorial los humanos y los zurianos hemos peleado por
los mismos recursos y los mismos territorios. Supongo que ninguno hemos sabido
doblegarnos y ceder posiciones ante el otro —suspiró con resignación—. En el pasado, nosotros
lo intentamos en numerosas ocasiones. Muchos de los nuestros murieron en
estúpidas riñas… y al final… desistimos de comprenderos. Preferimos evitaros en
todo lo posible; y así llegamos a formar parte de vuestras más tenebrosas
leyendas. —Cambió
de posición en su asiento—. Los humanos sois mezquinos y salvajes. Vuestra
sangre hierve de ambición, de orgullo… y odiáis todo aquello que no
comprendéis. Rechazáis a todos los que son diferentes. ¿Acaso me equivoco? —Miró a Meda
directamente, intencionadamente.
Aurrimar. La leyenda
del Dios Errante. Vol.1. Libro1 -Tulos